Mucho se ha dicho sobre lo ocurrido este año. Palabras como pandemia, cuarentena, distanciamiento, homeworking y otras más, han circulado durante todo este 2020 por nuestros entornos. Por mi parte, debo decir que si bien la vida, lo cotidiano cambió, debido a las acciones que tuvimos que realizar en cuanto al cuidado ante el covid, no me disgustó trabajar desde casa. Es verdad que me sentí rara, aun lo siento. Esa disrupción de lo cotidiano, ese tiempo que pareciera quedar en el aire, pero que transcurre, de otro modo, con otras características. La incertidumbre, la información que muchas veces resultó desinformación, las teorías de los “expertos”, los aprovechamientos políticos de la situación, la economía, los afectos por zoom, el alcohol en gel, el trabajo desde casa. Mágicamente (o no tanto) optimicé los horarios de trabajo, al no tener que desplazarme, ni perder tiempo esperando colectivos, ni trasladándome. Trabajé mucho, a veces más que lo usual porque total, tengo la compu encendida todo el día, y vi ese mail o ese WhatsApp, y entonces lo contesto y ya. Hubo que reacomodarse, y hacer entender que estar en casa no significa estar de vacaciones, sino trabajar de otra manera. No siempre resultó sencillo. Salir a comprar fue una tarea más que estresante. Tratar de salir lo menos posible, desinfectar todo al llegar a casa, dejar el calzado en la entrada, pensar qué fue lo último que toqué para pasarle alcohol, lavarse las manos con frecuencia, costumbres que vamos a tener que incorporar para siempre. La primera etapa de cuarentena estricta que ingenuamente creíamos iba a durar 15 días, fue muy tajante. De pronto dejó de haber ruido en el barrio, no se escuchaban vehículos transitando. Las calles eran un desierto. Daba miedo salir. Ese miedo duró mucho. Y salir era extraño, ver a la gente con tapabocas, mirando para todos lados, parecía una película de ciencia ficción. Vinieron los aplausos al personal médico, cada noche en el balcón. Hasta que leí algo real: no queremos aplausos, queremos sueldos acordes y condiciones laborales dignas. No aplaudí más. Aunque siempre pienso en ellos, médicos, enfermeros, paramédicos, técnicos, que están al pie del cañón, luchando contra el covid y las otras enfermedades que siguen su curso. En cuanto a mi micro mundo, puedo decir que estar más tiempo en casa benefició a mis plantas, les empecé a dar atención, y están más bellas. Más tiempo con mi hijo, compartir charlas, comidas, y el día entero. El aislamiento no me fue algo demasiado difícil de llevar: soy una persona solitaria y necesito esa soledad, por supuesto que es más fácil sabiendo que uno puede circular libremente y verse con quien desea en cualquier momento. Pero entiendo que a otras personas las afectó más. Tuvimos que acostumbrarnos a entablar diálogos a la distancia y ahí la tecnología jugó un papel fundamental. Sería interesante escuchar a los detractores de internet, que tendrían para decir ahora. Bueno, hay mucho más. Lo único que quiero expresar es que lamento la pérdida de vidas humanas, cosa que no se puede dejar de lado porque muchos se han ido sin poder tener el consuelo de pasar por lo menos sus últimos momentos de vida con su gente más cercana. Esa soledad debe ser tremenda, inimaginable. Y para los que se quedaron, no poder despedir al ser querido, significa un dolor atroz.
¿Aprendimos algo en este tiempo? Ojalá. Si echamos un vistazo a la historia, vemos que la humanidad no siempre ha aprendido de sucesos duramente vividos. Creo que, si tenemos la capacidad de ver con ojos críticos y modificar, tal vez lleguemos a cambiar algo en nuestras vidas, en el tiempo post pandemia. Pero soy una escéptica: generalmente cambiamos en forma momentánea, como cuando alguien cercano fallece y decimos: “hay que valorar las cosas importantes de la vida y no hacerse problemas por cosas insignificantes”. ¿Cuánto nos dura esa reflexión? Nada. Volvemos al trajín cotidiano, a las corridas, a trabajar mil horas por día, a no valorar pequeños momentos. Hasta que otro drama ocurre. Y así vivimos.
Ojalá hayamos aprendido algo.
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